Nadie es tan viejo que no pueda vivir un día más ni tan joven para no poder morir al día siguiente!! (La Celestina, Fernando de Rojas)
“La
muerte no se acuerda de los besos”
Tal
vez todo aquello no fuera lo que realmente merecía, pero no cabía
ya ninguna duda de que era lo que finalmente había encontrado. Los
días se sucedían como atropelladas hojas de calendario cuando no
como ajadas y previsibles hojas de otoño. En plena primavera ya,
este abril preñado de luz se le antojaba a Manuel no más que la
antesala del temido e inminente verano. Es posible que todavía
hubiera soluciones, pero él se sentía incapaz de encontrarlas, lo
mirara por donde lo mirara.
La
preocupación constante le robaba las horas, el miedo le robaba el
sueño, noche sí noche también. Ni siquiera se sentía capaz de
prepararse adecuadamente para lo inexorable: un peso abrasador le
oprimía el pecho, un frío cuchillo le incendiaba el alma. Darse por
vencido era lo más tranquilizador que tenía a mano. La vida es así,
se decía, hay ocasiones en que poco o nada podemos hacer ya. ¡Alea
jacta est!
Habían
pasado quince meses ya desde su marcha, ahora sabía a ciencia cierta
que aquello fue en cierto modo una huída hacia adelante como tantas
otras veces, desde su llegada no hubo día en que no pensara en ella,
pero Clara no fue a buscarle a la estación como había prometido,
tampoco le dejó la dirección de la casa que decía tenerle
apalabrada, ni un solo correo, ni una sola llamada, el silencio más
absoluto que nunca hubiera podido imaginar. Aun así durante meses
intentó nadar a contracorriente sobreponiéndose a su propio
infortunio, con arrojo, con dignidad y orgullo, pero hoy por hoy se
sentía sin aliento. A solas. Roto.
Se
enteró de todo leyendo entre líneas el último escrito que ella
publicara en la Revista de Literatura. El diagnóstico era claro, el
pronóstico incuestionable. Tres meses a no más tardar para que todo
hubiera terminado. De nada le sirvió que la noticia viniera a
explicarlo todo, tal vez ella solo quisiera salvarle del abismo en
que se encontraba y no arrastrarle en su caída, pero aun así no
había consuelo alguno. El amor no pudo ser, una vez más, pero en
esta ocasión se trataba de la propia vida, la de Ella. Ni siquiera
tendría la oportunidad de despedirse, de abrazarla, de desearle buen
viaje. Sabía perfectamente que no le concedería esa oportunidad. La
conocía bien. Mucho más de lo que ella misma podría imaginar. Pero
no, no iría a buscarla.
Ensayaba
frases que ni él mismo se creía: “la fe mueve montañas” “si
confías plenamente en ti saldrás adelante” “no hay noche que no
vea el día” y otras similares. Fue entonces cuando casi sin
pensarlo decidió llamarla por teléfono, la idea no fue buena, una
voz en off le indicaba: el teléfono al que llama tiene las llamadas
restringidas. Ni el consuelo de darle aliento con un mensaje en el
contestador le quedaba ya. Debería aceptarlo de una vez y dejar de
darle vueltas al asunto.
La
vida y la muerte son dos entes inseparables, tengas la edad que
tengas. La quise!!
©
AMS Cádiz
Hermoso homenaje mi querido y admirado amigo.
ResponderEliminarUn abrazo