“Quimeras
y Desafíos”
Uno
de los principales preceptos filosófico-religiosos, que fundamentan
el Budismo afirma que el Sufrimiento
es una cualidad inherente y consustancial a la vida humana. O dicho
de otro modo: vivir y sufrir, si bien no pueden considerarse
sinónimos, siempre van, inexorablemente, de la mano. Y en cierto
modo estoy de acuerdo por más que mi recorrido vital haya podido en
ocasiones parecer contradictorio, evitando el dolor propio y de mis
seres queridos en la medida de lo posible y poniendo el acento y el
paso firme en continuar el camino incluso reinventándome la propia
vida para seguir siempre adelante sin ceder a los chantajes de la
culpa pretérita o los inciertos futuribles: Ya de niño me inventaba
mis propios juegos y le ponía mi propio final a los cuentos. La
realidad me ha resultado siempre, desde que recuerdo, tan cruda como
intransitable, tan aburrida como previsible, lo que ha generado en mí
desde entonces la terrible contradicción existencial de conocer en
primera persona los rigores que exige el hecho de vivir y soportar
este dudoso mundo en que habitamos o entregarme a mis mundos
imaginarios,
mis emociones y mis sentimientos. O dicho de otro modo, siempre he
jugado con otra una baraja escondida que sólo sacaba al llegar a
casa, a mi propio mundo, un tablero y unas piezas de ajedrez
alternativos, en que poner en marcha las quiméricas ideas que la
evidente lógica formal del juego no me permitían, sino sobre el
escenario de mi propio teatro y no del que me viniera impuesto por
las circunstancias. Y no, no me ha ido mal, tenía bien aprendido el
papel, no me costó mucho estructurar y asumir los roles, incluso los
arquetipos necesarios para aparentar ser un personaje digamos
adaptado y valorado socialmente. Pero aquello si bien no me creaba
conflicto ético, moral u ontológico alguno, no me alimentaba, no me
satisfizo nunca y he podido llegar hasta aquí sólo gracias a mi
propio ajedrez y mi propia baraja de cartas, mis quimeras y mis
propios desafíos sobre el escenario de mi propio teatro imaginario
en el que debo reconocer y reconozco que a veces no he sabido bien si
yo era Hamlet
o una simple calavera.
Rara vez ha habido público en esta función de la que ahora, pasado
tanto tiempo, escribo desde mi rincón
de Epicuro,
desde mi thalmajal
particular, desde mi cínico
tonel
si quieren. No he sido un impostor, ni un embustero, pero sí un gran
fingidor, viviendo cada día el purgatorio de lo real y esperando
estoicamente el encuentro con mi merecido cielo cotidiano: soportando
el mundo a la espera de mi mundo, soportando la vida a la espera de
mi vida, en aras, en suma, de mi propia libertad, en el más amplio
sentido de la palabra.
Me
bebí la vida a tragos, literal y figuradamente, nunca pedí ser
atado al Palo
Mayor
para no escuchar los cantos de sirena y siempre me aburrieron pronto
las posadas si desde la ventana era capaz de ver un nuevo camino o
una hermosa vereda. He sido sensible y empático con la tragedia
humana en la que vivimos, en especial con la de mi gente y mis seres
queridos, cierto, incluso a veces abnegado militante en aras, en
suma, de un mundo y una vida más justos, más dignos, más libres,
más auténticamente humanos. Pero también he sido, sin necesidad de
measculpas,
libertino, caprichoso, arrogante y soberbio, míope a otras
realidades e insensible a otros sentires. Mi caverna de lo creativo,
de lo artístico, de lo musical y literario y el amor, tantas veces
platónico, tenía sombras de colores que yo mismo pintaba para la
ocasión evitando cruzar a corazón abierto el umbral de esa puerta
que siempre supe que estaba abierta sin necesidad de girar la cabeza
para constatarlo. Todavía hoy dudo de si la verdadera Luz
está a uno u otro lado. Todavía hoy soy agnóstico hasta de mí
mismo: siempre
he preferido caminar con una duda que con un mal axioma.
La Duda,
la gran alíada y la gran enemiga, la que me separa del Budismo y de
toda religión por más antropocéntrica y respetuosa con las otras
creencias que sea. La compañera fiel que siempre me acompañó
incluso en los más aparentemente certeros pasos que me han traído
hasta aquí. Sí, probablemente es cierto, el sufrimiento es
inherente a la vida, pero con igual o mayor fuerza lo es la duda,
metódica o no, lógica o emocional: soy, sin lugar a dudas, mi peor
enemigo, pero al tiempo soy mí única posible salvación.
Cuentan
que Sidharta Gautama “Buda” vió la Luz y descubrió la verdadera
excelencia humana a la edad de 35 años. Debió tener mucha suerte
ese señor o conducirse muy bien por sus adentros, al parecer yo
estoy muy lejos de parecerme a alguien parecido a él, precisamente
con esa edad yo descubrí la oscuridad y conocí el infierno por
primera vez, aunque ya hubiera merodeado alguna vez por alguno de sus
arrabales. Hasta entonces yo era más bien un Zorbak
griego -metafóricamente-, el futuro no existía y el pasado había
dejado de existir. No existía sino el presente que ya se estaba
escapando de las manos: ni
siquiera nos bañamos una vez en el mismo río, para cuando somos
conscientes de ello, el río ya es otro.
Tenía 35 años cuando, sin saberlo entonces, comencé este largo
viaje de tan diferentes caminos, veredas y laberintos.
… /…
©AMS
Cádiz
¿Qué
inminente ser eres?
(Juan
Ramón Jiménez)
“Incansable ser”
¿Qué
incansable ser eres,
que
te sobrepones a los desatinos,
los
azares más perversos,
la
quimérica sinrazón
y
las opacas trampas del camino?
¿Qué
suerte de música callada
tararea
a solas tu vigilia oscura?
¿Qué verdades de bruma
transitan tu asténico semblante
¿Qué verdades de bruma
transitan tu asténico semblante
y
tu naturaleza impura?
¿Qué
sino cabe esperar ahora
de
tu andar de hojarasca y barro?
¿Qué
horizonte de tu indecisa proa,
de
tu navegar de velas enmohecidas
y
carcomidos palos?
¡No
deshojes más los pétalos del infortunio:
no
maduran limones en un olmo
que
se secó hace tiempo!
¡Sal
al mundo y grita tu nombre
y
hasta el suyo si es necesario
y
el de los demás!
¡Pero
acoge ya por siempre al niño
aunque
llore eternamente
entre
tus temblorosos brazos!
©
AMS Cádiz
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