Mi zumito de naranja, cafelito con leche y "molletito" completo con aceite de oliva y tomate y de postre una "pechá" de churritos recién hechos. Ha llovido sobre el mar antes de que saliera el sol, pero a Ulises y a mí nos gusta escribir y mirarlo todo, cual buenos perros, desde el porche de la cafetería, Ariadna y Zambra se han quedado en casa: hoy hay rastrillo de cachibaches y libros viejos en el Popeye, junto a las Marismas y rabo de toro a la riojana en la Talola y paellita de marisco en la Niña del Jamón. Os dejo un texto de mi colección "Relatos Psicoscuros" por si tenéis tiempo y ganas de leerlo y disfrutar de su ¿happy end? a lo largo de este hermoso domingo que os deseo y me deseo. Besos y abrazos desde la Bahía de Cádiz.
“La
última copa”
(Relatos
Psicoscuros III)
Cuando se despertó el maltratador
seguía allí. Ocupando en diagonal casi toda la cama, alardeando de
bruxismo y sonoros ronquidos ya con los puños apretados y los brazos
y las piernas tensos para defenderse de los malos sueños. Ella
aprovechó para levantarse sigilosamente y sin ducharse siquiera
cogió el bolso y salió a la calle. Camino de la farmacia y
recordando el artículo que había leído en Wikipedia por fin se
decidió. Compró los antihistamínicos habituales y le pidió a la
farmacéutica una caja de anfetaminas prestada, prometiéndole
llevarle la receta esa misma semana.
- Es para mi marido, Elena, ya sabes no acaba de salir de su depresión, se pasa casi todo el día en la cama, abatido y sin ánimo alguno.
- No te preocupes mujer, pronto se recuperará, pero no te olvides de traerme la receta.
Al llegar a casa se lo encontró con su
habitual albornoz rojo sentado en el salón.
- ¿Se puede saber de dónde cojones vienes tan temprano?
- Cariño, no te enfades por favor, vi que sólo te quedaban dos pastillas para tu alergia y he ido a comprártelas a la farmacia.
- Gracias, pero ahora lo que realmente necesito es un buen trago, tengo una resaca de órdago a la grande.
- Pues mira, dijo ella, hoy me siento contenta y me apetece tomar una copita contigo.
- Está bien te lo agradezco, dijo él, pero no te pases nena que a ti el alcohol te sienta fatal.
Se acercó al mueble bar y sacó una
botella de ron negro dominicano gran reserva. Le paso un paño de
cocina por encima para quitarle el polvo y se acercó al salón. El
estaba medio tumbado en el sofá con el albornoz abierto mostrando su
sexo fláccido y sus genitales encogidos.
- Tápate cariño, que vas a coger frío, le dijo ella.
- ¿Me has puesto la copa o qué? No tengo frío es más ya estoy harto de este puto verano.
- ¿Te pongo hielo? Yo solo tomaré uno o dos chupitos, dijo ella.
- Claro joder, ponme hielo, con esa puta mierda de whisky que me compras.
- No mi amor, hoy te tengo una sorpresa: he sacado el ron gran reserva que te regalé en tu aniversario, creo que es un buen día para abrirla por fin.
- Vaya, qué generosa te estás volviendo ostias ¿Qué carajo se celebra hoy?
- Se celebra la vida, la paz, el amor, la libertad y tantas otras cosas cariño...
- Anda déjate de cursilerías y gilipolleces y tráeme una copa grande sin hielo. Y un purito de esos pequeños que he dejado por ahí.
Ya en la cocina preparo un generosa
copa de ron negro para él y un chupito para ella. La wikipedia decía
que 700mg de anfetaminas eran una dosis tóxica letal. Pero ella no
quería que se le muriera allí en su propia casa, ni sabía cómo
echar todas las pastillas. Mejor las iría dosificando a sabiendas de
que una vez tomara la primera copa, no pararía de beber en todo el
día. Sacó diez pastillas de 50mg y cinco pastillas del
antihistamínico: una copa de ron negro, dos dosis de anfetaminas y
una de antialérgico. El coctail estaba preparado, ya sólo era
cuestión de esperar y seguirle la corriente.
- Toma mi amor, dijo ella, te encantará yo ya le he dado un sorbo y está buenísimo.
- Le dio un generoso trago y asintió con la cabeza: joder si que está bueno sí. Tráeme el tabaco anda.
- Voy, dijo ella, tu descansa. Tengo la casa y la comida hechas quiero estar a tu lado.
- Déjate de bobadas y tráeme los puritos y el mechero corre.
Cuando regresó al salón él ya se
habá bebido la copa entera, estaba sentado en el sofá en actitud
pensativa y cabizbaja y parecía que sus manos habían dejado de
temblar. Se encendió un cigarro que fumó con ansiedad. Ponme otra
copa de esas y prepárame el baño a ver si me despejo y me pongo
ropa limpia. Enseguida vuelvo le dijo ella. Le dio la copa le preparó
un baño con sales y le dejó la ropa preparada encima de la cama a
medio hacer. Aprovechó ese momento para ir a comprar pan, tenía que
dejarse ver con toda normalidad por el barrio. Pronto terminaría
todo por fin.
- Y ahora de dónde pollas vienes, en cuanto te dejo un rato sola te vas ¿qué pasa que te gusta que te miren? Llevas un vestido que se te trasparenta todo o crees que no me he dado cuenta.
- Cariño no te enfades, me he acercado a por el pan y a comprarte cigarros, te quedaban pocos, y me ha dado pereza cambiarme para salir sólo un momento.
- No pasa nada, ponme una copita y vamos a la terraza, hoy no tengo ganas de hacer nada aunque ya me encuentro algo mejor.
- Disfruta del día, le dijo ella, estás de baja, podemos hacer lo que queramos, somos libres.
El silencio presidía la velada. Ambos
con la vista perdida en algún lugar de aquél monstruo
arquitectónico, aquél enorme bloque de apartamentos que les robó
el sol y las vistas de su hermoso adosado que ya estaban a punto de
terminar de pagar. Pronto sería su casa por fin.
- He preparado canelones, sé que te gustan, quieres desayunar algo antes.
- No, no, déjalo, tengo el estómago un poco revuelto y comer me daría nauseas.
- Tal vez no deberías tomar más copas, le dijo ella, con toda intención.
- No digas tonterías, sabes de sobra que el alcohol no me afecta, es más me está animando me siento más despejado, al levantarme estaba hecho una puta mierda.
- Yo te acompaño si quieres, pero a poquitos, que me sienta mal, le dijo ella.
- Eso está hecho nena tráete otra y fúmate un cigarro de los míos aquí conmigo.
Ya era la cuarta copa, si todo era como
había leído ya empezarían a ser evidentes los síntomas: agitación
psicomotriz, midriasis, sobrestimulación simpática, hipertermia y
otras cuyo significado había estado estudiando minuciosamente en
internet durante toda la semana. Le llevó la copa y fumó con él
bebiendo a sorbitos. Pero no fumó. Pasados unos minutos él le dijo,
para su sorpresa, “tráeme la tijeras de podar, quiero cortar uno a
uno todos esos putos matojos, sólo mirarlos me pone de los nervios”.
No sin cierto recelo le sacó las tijeras del armario trastero, y
recordó en una vertiginosa sucesión de fotogramas de su memoria,
todas y cada una de las veces que él la había amenazado con estas
tijeras de podar en la mano o con el martillo. Tembló por momentos y
dudó, pero pensó que ya que estaba decidido y en marcha y debía
mantenerse firme y no dar ni un paso atrás.
-Toma, pero ten cuidado le dijo ella,
ayer bebiste y hoy estás bebiendo y no quiero que te hagas daño,
ve despacio tenemos todo el día.
-Te he dicho que no te preocupes, el
ron me pone a tono y más éste que está de lujo.
Se remangó la camisa y la remetió
bien en los pantalones vaqueros, parecía un granjero de Alabama de
esos de las películas de algunos domingos por la tarde. ¡Cuántas
tardes de domingo a solas se había pasado ella en estos largos
quince años, mientras él bebía una cerveza tras otra viendo la
tele y fumaba un cigarro tras otro tragándose todos y cada uno de
los resúmenes de los partidos de fútbol! ¿Qué había sido de
aquél hombre que conoció en la facultad de Filosofía y Letras?
Dónde había quedado aquel muchacho con el pelo negro y ensortijado
que soñaba con un mundo mejor, que leía a Freud, a Kafka, a Marx, a
Sartre, y hasta a Bakunin y tantos otros y que no se perdía ni un
sólo concierto de Paco Ibáñez. Su vinilo del directo en el Olimpia
de París era su fetiche musical preferido. Pero como sus sueños,
como los sueños de ella, acabo hecho añicos una noche aciaga de
alcohol y anfetaminas en que él venía de un concierto en el
Rockola. La Movida madrileña de los ochenta al parecer cambió el
rumbo de sus vidas y los distanció para siempre. El convertido en un
habitual de la noche, gastando en alcohol y drogas más de lo que
tenía a costa de sus papis y ella hecha toda una maruja licenciada
en Filosofía. Hasta el día de la boda fue triste, él llegó a la
habitación del hotel pasadas las cuatro de la mañana y pasado de
quién sabe cuantos venenos, con los ojos como platos, pero
mediocayéndose al tiempo. Durmió como un cerdo hasta casi mediodía,
que los despertaron sus primos con expresiones como “venga ostias
dejar ya de follar que ya es mediodía”, “levantaros coño vamos
a tomar algo a vuestra salud ya tendréis tiempo en la luna de miel”,
y el teléfono de la habitación sin dejar de sonar, atendiendo ella
y agradeciendo todas las felicitaciones de amigos y familiares. Debía
haber aceptado la beca para doctorarse en la Sorbona como le
ofrecieron los catedráticos de la Universidad, pero pudo más el
corazón que la razón y pese a todos los peses, ella se sentía
profundamente enamorada y convencida de que tras ya dos años de
convivencia, aquello no era sino una crisis pasajera. Pero eso hoy ya
da igual, hoy por fin se arreglará todo.
- Tráeme otra copa le gritó él desde el jardín, pero échale hielo, estoy ardiendo y sudando a mares.
- Termino la habitación y voy para allá, le dijo ella, ten paciencia.
Cuando le vio estaba empapado en sudor,
el pelo revuelto, la camisa desabotonada, los ojos como un búho en
plena noche y la mandíbula batiendo como si hiciera un frío
glaciar. Parecía un tigre o un león encerrado en una jaula y se
tomó la copa de un sólo trago.
- Ya termino, dijo él, esto ha sido coser y cantar, qué ganas tenía de arrancar esos ramajes.
- Ha quedado muy bien, le dijo ella, ahora saldremos más a la terraza, si quieres comemos hoy aquí. Por cierto, no tardo, voy a meter los canelones en el horno.
Se fue a la cocina encendió el horno y
preparó más pastillas, se arriesgaría, le dejaría beber a placer
sin reprocharle nada, porque eso podría encenderle y ponerle
violento nuevamente, ya llevaba días sin pegarla, aunque la gritara
de vez en cuanto. Pero se metió las tijeras de podar en el bolsillo
de la bata que se había puesto para cocinar. No acababa de confiar
plenamente en su plan.
- Ya estoy aquí, toma mi amor te he traído una cervecita fresca para ti y otra para mí, estás sudando mucho y tendrás sed y así yo voy haciendo cuerpo para comer.
- La necesito, voy a asearme al baño y ponerme otra camisa, me siento un poco mareado.
- ¿Te duele la cabeza' ¿Quieres un paracetamol o una aspirina? Te irá bien.
- No, no déjalo, dijo él, se me pasará, no me gusta tomar pastillas.
- Voy a ir poniendo la mesa, dijo ella, los canelones no tardarán mucho y tú necesitas comer algo urgentemente, he preparado una buena ensalada también y compré ese pan rústico que tanto te gusta.
- No sé si podré comer, dijo él, pero lo intentaré, hoy es un día muy feliz, parece que estamos celebrando algo, con nuestras copitas y el buen rollo, como antes, hasta me fumaría un canuto si tuviéramos. Pero no, no voy a salir, tráeme otra cerveza anda.
Sentados ya para comer, ella le sirvió
un generoso plato y se sirvió el suyo. O estaba muy borracho ya o
algo raro le estaba pasando. Hablaba a trompicones, como a cámara
lenta, y se quedaba absorto mirando el plato mientras cortaba los
canelones tenedor y cuchillo en mano, apenas atinaba a pinchar el
tomate de la ensalada, por lo que le puso una ración en el propio
plato. Ella comía lentamente sin dejar de observarle, hacía mucho
calor, debían ser sobre las tres de la tarde.
- Llévate esta puta cerveza de aquí me pone malo la cerveza cuando se calienta. Podías abrir la botella de Ribera del Duero esa tan cara que me regaló por Navidades el cabrón de mi jefe.
- Pero cariño tú no deberías beber, no te encuentras bien.
- Tú trae el vino y cállate la boca que ya sé yo cuando tengo que parar.
El miedo se apoderó nuevamente de
ella, pero le seguiría la corriente, si se ponía violento, saldría
de la casa y pediría ayuda, llevaba las llaves y el móvil en el
otro bolsillo de la bata. El cogió la botella de vino y ella trajo
dos copas de las que guardaba en el mueble bar, él a duras penas se
hizo con el sacacorchos y consiguió abrir el vino. Sirvió la copa
de ella, luego la suya, y como en un arranque de lucidez dijo:
- Brindo por ti y por mí y porque hoy es hoy.
- Gracias cariño, brindo por ti y por nosotros ¿sabes qué día es hoy?
- No tengo ni puta idea dijo el saboreando el vino.
- Hoy es 18 de julio, el aniversario de nuestra boda.
- No jodas dijo él. Y por qué no me lo dijiste ayer, te hubiera comprado un ramo de flores, últimamente no me acuerdo de las cosas, estoy despistado con las putas pastillas esas que me manda el médico loco ése.
- No tiene importancia, le dijo, lo importante es que estamos aquí, juntos.
Debían haber pasado unos veinte
minutos o media hora durante la comida, casi en silencio, hablaron
de la posibilidad de pintar la casa juntos ahora que él estaba de
baja laboral y decorarla con otro estilo. El parecía estar de
acuerdo en todo. Ella bebió copa y media de vino, pero la botella
estaba ya a punto de terminarse, los platos de comida eran un
revuelto de canelones rotos. Se puso a quitar la mesa, él se
encendió un cigarro y le pidió una copita de ron con hielo y que
hiciera café. Metió los platos en el lavavajillas, preparó una
nueva dosis y sirvió el café, su copa y un chupito para ella. Al
poco él le preguntó que qué día era hoy y ella le recordó la
fecha. Parecía desorientado y confundido como nunca le había visto.
Lejos de agitarle, las anfetaminas parecían estar haciendo el efecto
contrario desde que terminó de arreglar el jardín. Le veía
abatido, sin fuerzas, y por unos momentos dejó de tener miedo, nada
podría hacerle en ese estado. O al menos así lo creía, pero no
terminaba de fiarse. Palpó las tijeras en el bolsillo. El se levantó
para ir a mear, y al salir a la terraza tropezó accidentalmente en
los escalones y cayó a plomo sobre las baldosas cerámicas. Ella se
levantó inmediatamente y le puso boca arriba, tenía un fuerte golpe
en la frente y en la barbilla, no sangraba, pero parecía empezar a
hincharse.
- Cariño, ven abrazate, deja que te levante, cómo has podido caerte de esa manera.
- No me levantes estoy bien aquí, me da vueltas todo en la cabeza hasta tú parece que vas y vienes.
- Estás mal, debo llamar a un médico.
- No llames a nadie, estoy bien, en un ratito se me pasa, no debería haber mezclado ron, cerveza y vino, pero hoy es hoy.
- Y qué día es hoy mi amor.
- Pues no sé, uno cualquiera, son todos iguales.
Ya no le cabía duda de que había
entrado en otro estado, llamó a las urgencias del 061, le colocó un
cojín en la cabeza y le dejo de medio lado a la salida de la
terraza. Fue entonces cuando su cabeza empezó a funcionar con
claridad, ese era el momento esperado y adecuado. Estrategia y
táctica, la función acababa de comenzar. Se quitó la bata y buscó
un viejo mono azul de trabajo de cuando él trabajó en la fábrica.
Se lo puso y guardó las tijeras y las llaves y el móvil en sendos
bolsillos. Las urgencias no tardarían mucho en llegar y ella les
esperaría de esa guisa en la terraza. De vez en cuando le miraba y
le tocaba la frente, debía tener fiebre pero no estaba dormido,
parecía intentar hablarla sin conseguirlo. Retiró los vasos aun a
medio beber, tiró el contenido del suyo al fregadero y metió el
vaso en el lavavajillas y dejó el de él en la mesa del salón.
Encendió la televisión en el canal de noticias. Fue entonces cuando
llamaron insistentemente a la puerta, ella se recompuso, tragó
saliva y abrió con las tijeras dispuestas de manera que fueran
visibles a primera vista.
- Buenas tardes señora, déjenos pasar cuanto antes somos el equipo de emergencias, dígame donde está el enfermo.
- Venga conmigo, está ahí tirado a la salida de la terraza, se ha caído y no ha querido moverse y yo no he sido capaz de levantarle. Es mi marido.
- ¿Cómo ha sucedido todo?
- Yo estaba podando los ramajes del jardín, acabábamos de comer y él se sirvió una copa, se sentó en el sofá y encendió el televisor. Al cabo de un rato salió a decirme algo a la terraza y tropezó en los escalones, tiene golpes en la frente y en la cara si se fija.
- Sí señora, ya lo veo, ahora déjenos a solas con él, por favor.
- De acuerdo ¿necesitan algo? Sólo que nos diga que enfermedades padece o ha padecido.
- Pues verá no ha tenido nunca nada grave, es alérgico a algunas plantas por eso podo yo el jardín y desde hace dos meses está de baja médica.
- ¿Qué tiene para llevar dos meses de baja?
- Verá doctor, no anda muy bien de ánimo es una baja psiquiátrica.
- ¿Puede traerme el diagnóstico y la medicación que toma?
- No hace falta, se lo digo yo, en el diagnóstico pone “depresión endógena” y le han recetado antidepresivos pero no los toma, sólo toma sus pastillas para la alergia.
- Gracias. eso es todo por ahora, vamos a examinarle. Le aconsejaría que se cambiara de ropa y se preparara, muy probablemente debemos llevárnoslo al hospital.
Se quitó el mono de trabajo, las
bragas y el sostén que dejó medio tirados junto al armario. Dejó
las tijeras en el cajón de la mesilla y las llaves y el móvil
cargándose sobre ella. Estaba desnuda, cerro la puerta de su cuarto
y se metió en la ducha del baño de la habitación. No se lavó el
pelo por no perder tiempo en secarlo, su melena era morena y larga,
le llevaría un buen rato, del que no disponía, con el secador. Dejó
caer el agua tibia sobre su espalda y luego sobre sus pechos. Se le
pusieron erectos los pezones y un escalofrío le recorrió todo el
cuerpo. Aquello era surrealista, superaba con creces a cualquier
película de Fellini: su marido tirado en la terraza, el equipo de
urgencias al completo en el salón por si hace falta una RCP y ella
sin poder evitar masturbarse por la tensión acumulada, mientras la
ducha le mojaba el pubis. Llevaba años haciéndolo así, a
escondidas, con el pretexto de que le gustaba ducharse antes de
dormir y más si habían hecho el amor: no recordaba el día en que
por última vez follando con él había tenido un orgasmo. Su vida
sexual se había reducido a su encuentro diario con la ducha y alguna
que otra caliente conversación de messenger cuando su marido estaba
trabajando. Toda una licenciada en filosofía y en lo que me he
convertido se decía muy a menudo. Era una luchadora, una
sobreviviente, pero aquello tarde o temprano se le escaparía de las
manos y llevaba todas las de perder. ¡Quiero vivir, quiero vivir,!
se decía a sí misma misma muchas veces al día, como un mantra,
para superar el desamparo y el miedo. Hoy era su aniversario de boda
y su marido pronto estaría en el hospital, al menos, se dijo,
descansaré unos días a solas y veré que puñetas puedo hacer con
mi vida, él no me dejará marchar.
Dudó desnuda con las puertas del
armario abiertas entre un conjunto negro de ropa interior, bragas y
sujetador a juego y traje de falda y chaqueta gris o ropa interior
deportiva, unos tenis, una camiseta, y unos vaqueros. A final optó
por la primera opción, puestos a representar un papel, debería
hacerlo hasta el final con todos sus detalles y consecuencias. Estaba
maquillándose un poco y sombreando con lapiz negro sus ojos cuando
tras la puerta un auxiliar le gritaba que se diera prisa que había
que llevar urgentemente a su marido al hospital.
- No olvide coger la cartilla de la Seguridad de su marido señora.
- Ya salgo ya estoy lista.
- No tarde por favor, acaba de llegar la ambulancia.
- Estoy ya mismo con ustedes.
Comprobó el bolso, las llaves, el
móvil, la cartera y las tarjetas de crédito, cogió cincuenta euros
del cajón de la mesilla y la cartera de su marido. La abrió casi
sin pensarlo y palideció al ver que llevaba en el ella
preservativos, ellos nunca los usaban, tenían incompatibilidad
recíproca para procrear.
Cuando salió ya todo el personal
sanitario estaba fuera, algunos vecinos se asomaban con curiosidad
desde la ventana y ella, con zapato de tacón mantuvo un paso firme y
decidido hasta el asiento delantero de la ambulancia. Un médico
viajaba sentado junto a la camilla en la que estaba su marido en la
parte de atrás.
- ¿Qué sucede doctor, puede decirme algo? Estoy asustada.
- Mire relájese, creo que hemos llegado a tiempo, su marido parece haber sufrido un AIT.
- Un qué, no entiendo nada de medicina.
- Un ataque isquémico transitorio o para que me entienda:durante un lapsus de tiempo aún por valorar su cerebro no ha recibido oxígeno, por eso está desorientado, no recuerda ni el nombre de usted, ni el día que es hoy y apenas puede hablar ni andar.
- ¿Y eso es muy grave doctor?
- Señora, no se lo tome a mal, pero esto es un prediagnóstico, no puedo decirle nada más hasta que se le hagan las pruebas oportunas, puede ser sólo un susto, pero puede ser algo más grave, le ruego que se tranquilice con ponerse nerviosa no conseguirá nada y empeorará las cosas, su marido a partir de ahora va a depender mucho de su ayuda.
Quedó en silencio todo el camino hasta
el hospital, metieron a su marido en una sala alejada de la entrada
de urgencias y le pidieron su número de teléfono para llamarla en
cuanto tuvieran las pruebas. Salió del hospital, no le gustaba el
café de máquina y en el primer bar que encontró, pidió un café
doble solo con hielo y un chupito de orujo. Tomó uno de sus
tranquilizantes, que tomaba a escondidas y que le había recetado el
médico para situaciones estresantes o insomnio. Llevaba casi un año
sin fumar, pero no pudo resistirse al craving repentino
que le produjo ver a un señor que parecía médico, sacar de la
máquina un paquete de Camel y encenderse un cigarrillo. Pidió que
la cobraran excusándose por no tener cambio. Compró Malboro, que
era su marca de toda la vida y encendió ritualmente un cigarrillo.
Se sintió aliviada y feliz por un breve instante, ajena al motivo
por el que se encontraba allí, la entrada y salida del humo y ese
sabor mediolvidado del tabaco junto con el café y el orujo. Terminó
este primer cigarrillo y fue al baño, meó, se secó con un kleenex
y se quedo largo rato mirándose al espejo: no se veía mal del todo,
ya no tenía restos de moretones ni grandes ojeras como venía siendo
habitual. Se quitó la goma del pelo recogido en una coleta y se lo
soltó para observarse. Al final decidió seguir manteniendo las
formas y recogérselo de nuevo. Apuró el café y el chupito y salió
del bar, le apetecía beber más pero no lo haría en el mismo bar,
no quería dar mala imagen. Comprobaba nerviosamente el móvil
constantemente y se metió en el primer bar que encontró, sin
alejarse demasiado de la entrada de urgencias del hospital. Pidió lo
mismo prometiéndose a sí misma que no bebería más ni tomaría más
café o todo su guión se vendría abajo. Encendió un cigarrillo,
mientras miraba distraídamente el documental de la televisión del
bar recibió una llamada comunicándole que pasara cuanto antes por
las urgencias del hospital.
Apuró de un trago
el café luego el chupito y aplastó el cigarro en el cenicero. El
neurólogo de guardia le explicó sin muchos detalles la situación.
Su marido había sufrido un Ictus, de manera que hasta pasados unos
días no se podía hacer una valoración de sus posibilidades de
recuperación y en qué estado quedaría tras ella. “Está
controlado y ya está en planta hasta que tengamos los resultados de
todos los análisis, puede verle si lo desea pero no más de dos
minutos, le encontrará completamente desorientado, como si no
estuviera en este mundo y no supiera quien es”, le dijo con crudeza
el médico. Pasó a verle le beso en la mejilla y le preguntó sobre
su estado.
- Qué sucede cariño, donde estoy, qué son todos estos aparatos a mi alrededor, dijo a duras penas en intermitente e inconexo discurso.
- No es nada, te pondrás bien: por fin podremos descansar, tu estás bien aquí ahora y yo ahora debo volverme a casa según me ha dicho el médico.
Le beso en la
mejilla y se despidió. El ni se enteró de que ella se iba. Tomó un
taxi y de camino compró cigarrillos, una botella de vino del Penedés
y una tarta helada de chocolate y nata.
Soltó el bolso
sobre el sofá, se dirigió a la habitación, se desvistió guardando
cuidadosamente el traje de chaqueta, apenas lo usaba desde que él la
obligó a dejar de trabajar. Desnuda ante el espejo encendió un
cigarrillo y lo fumó echando el humo sobre el espejo y deshaciendo
bocanadas con los dedos. Se sintió sucia, llenó la bañera y se
lavó cuidadosamente el pelo, con su acondicionador habitual que
usaba las pocas veces que salían a algún sitio. Un incierto
desasosiego la invadía pero al tiempo también un halo de paz, una
extraña sensación de descanso. Se desenredó la melena lentamente
con un cepillo, dejándose arrullar por el agua tibia y la espuma del
gel. Ya podía separarlo sólo con los dedos, se acarició la nuca y
las sienes, bajó lentamente con sus manos acariciando sus mejillas,
sus labios, su cuello, sintiéndose lentamente, tomo en sus manos sus
pechos y apretó con los dedos sus pezones como si de los labios de
un amante imaginario se tratara. Recorrió su cintura y sus caderas,
hasta llegar a su pubis, rasurado en contra de su gusto por darle el
gusto a su marido y al llegar a su sexo, comprobando con sorpresa que
estaba más húmedo que el propio agua de la bañera, echó la cabeza
hacia atrás y en suaves idas y venidas por sus más íntimas veredas
estalló de placer, conteniendo el grito, desdoblada entre la
sensación y el pensamiento, entregada a sí mima, en suma. Encendió
un cigarrillo, una vieja costumbre de sus años de fumadora y antes
de terminarlo lo apago ahogándolo en el agua que empezaba a quedarse
fría. Se vistió con la ropa deportiva que había descartado
anteriormente, miró la programación de televisión y buscó en la
librería algún libro de los que comprara en el ultimo pedido a la
FNAC, y que no había tenido ánimo de mirar siquiera. “La soledad
era esto” de Juan José Millás y “Nada te turbe” de Susana
Pérez Alonso fueron las elecciones que se llevó a la mesa del
salón. Debían ser sobre las 20.30, era sábado y hacía tiempo que
no veía tranquilamente Informe Semanal. Decidió no cocinar ni
calentar los canelones para cenar, los dejaría para el día
siguiente, seguramente deberia ir temprano al hospital, cogió la
agenda y pidió comida china a domicilio. Se abrió la botella de
vino que había comprado y se sirvió una moderada copa. Ya fumaba
como si nunca lo hubiera dejado. Atendió al repartidor del
restaurante, le dejó algo de propina, se preparó todo en su propia
vajilla, nunca le gustó la costumbre de su marido de comer en los
propios recipientes. Se sirvió más vino y fumó otro cigarrillo
porque aunque lo intentó le fue imposible comenzar a comer estaba
todo ardiendo todavía, recién hecho sin duda, el restaurante estaba
tan solo a dos manzanas fue solo por pereza que no fuera
personalmente a comprar. Degustó un poco de esto un poco de aquello
acompañado de arroz, pan chino y salsa picante mientras veía las
noticias del día: el mundo, no cabía duda se estaba volviendo
definitivamente loco, pensó. Terminó de cenar, estaba llena y le
sobró un montón de comida, tras recoger la mesa y guardar todo en
el frigorífico se arrumbó plácidamente en el sofá, ora vino, ora
cigarrito hasta que una llamada en medio de un interesante reportaje
la sobresaltó Corrió a sacar el móvil del bolso, era del hospital.
- Lamento molestarla señora pero debo hacerle una pregunta soy el neurólogo que atiende a su marido. Nos gustaría saber y no se alarme por favor si su marido consume anfetaminas habitualmente.
- Ella, se metió inmediatamente en el papel nuevamente, no podía arriesgarse a la más mínima sospecha. Suele beber bastante y a veces ha esnifado cocaína por la mañana si ha salido con sus amigos la noche anterior. Las anfetaminas se las recetó su psiquiatra para que pudiera ir a trabajar cuando se encontraba muy bajo de moral.
- Señora, le seré franco, su marido sufre una intoxicación múltiple por ingesta de alcohol, antihistamínicos y anfetaminas, en ese estado no podemos tratarlo como quisiéramos se dan diferentes reacciones agonistas y antagonistas y tolerancias cruzadas pero no quiero confundirla con términos médicos.
- No se preocupe le entiendo, hasta que no se le pasen los efectos no pueden iniciar el tratamiento ¿no es cierto?
- Así es señora y a ello hay que sumarle que hemos tenido que medicarle con sedativos.
- ¿Está bien entonces? ¿Está despierto?
- No señora no lo está le hemos sedado como acabo de decirle. No la molesto más ya sabe que mañana a las once comienzan las visitas, pase a verme en mi despacho.
- Gracias por todo doctor, hasta mañana entonces.
Se quedó absorta y empezó a moverse de manera mecánica,
semiautomática, lo creía y no lo creía al tiempo, cortó un trozo
de la tarta y no se hizo ni un café ni un té siquiera, siguió con
el vino mirando al televisor pero sin enterarse de nada. Y así
fueron pasando las horas hasta que sobre las tres de la mañana
viendo una película de madrugada, medió dormida en el sofá se
despertó de un sobresalto. Aprovechó para cepillarse los dientes,
desnudarse, poner el despertador y meterse en la cama.
Cuando
se despertó, el maltratador no estaba allí, desnuda al borde de la
cama decidió continuar con el guión y mantenerse firme. Se echó
por encima un albornoz, se dirigió a la cocina calentó un café en
el microondas y encendió un cigarrillo. Tenía tiempo para vestirse
tranquilamente y llegar a tiempo al hospital. Llamó a un taxi para
que la recogiera en la puerta no sentía con ánimo de conducir. Sólo
se cambió la blusa y el conjunto de ropa interior. Ya en el despacho
del médico este le dio la fatal noticia: el marido había entrado en
coma sine die sobre
las siete de la mañana.
- ¿Puedo verle? Preguntó.
- Si, si puede, pero no espere respuesta alguna, no hay médico en el mundo alguno que pueda pronosticar cuando despertará si es que llega a hacerlo y en qué estado.
- Comprendo, dijo ella.
Ya junto a la cama,
le habían aislado en una habitación, pidió quedarse a solas con
él. Y le habló, le habló al oído, intentando llegar a lo más
profundo de su inconsciente y de su alma.
- No hace falta
que contestes, no por ahora le dijo, pero no te preocupes todo está
bien, ya podemos descansar los dos, como te dije ayer tu estás
mejor aquí y yo me voy a casa.
Han pasado ya dos
años de todo esto y ella me pidió el año pasado que escribiera
este relato que guardó celosamente en un cajón con sobre lacrado.
Hoy es 18 de julio y me ha pedido que abra el cajón y el sobre para
ustedes. Su marido lleva unos ocho meses enterrado. Ella leerá su
tesis al inicio del año universitario: un estudio sobre el amor que
no por casualidad se titula como en principio ella quería titular
este relato: “El amor, un error de cálculo”. Ahora lleva el pelo
corto estilo garçon, ya no se maquilla ni viste trajes de chaqueta,
imparte clases de filosofía en un centro privado y vendió su casa.
A principios de año viajaremos a Nepal, ambos lo teníamos entre
nuestros planes, también queremos ir a la India y a Petra y las
islas griegas. Pero no tenemos prisa alguna.
Voy a preparar
café, estamos en mi casa y ella duerme a mi lado. No tenemos planes
definidos, no tenemos proyectos concretos, solo el deseo franco y
sincero de estar juntos, y la certeza de amarnos profunda y
carnalmente a corazón abierto y sin reticencia alguna. Ella me ha
pedido que deje mi trabajo un tiempo para poder terminar mi novela.
Ahora yo me ocupo de la casa y de que todo esté siempre a su gusto y
al mío: esta vez al menos, procuraremos no errar en las cuentas...
FIN
© AMS Cádiz
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